domingo, 14 de agosto de 2011

CRÓNICA IV




¡YA TE DIJE, 
MARACACHAFA, 
NO ME QUIERO CREAR MÁS DEPENDENCIAS!



Ya perdí la cuenta de las veces que he venido a esta habitación, sé que han sido muchas, en un tiempo fueron muy frecuentes; no obstante, hace ya varios meses que no venía y por eso, una vez más, me detengo a contemplar la belleza de ese desordenen exuberante que me permite bosquejar entre líneas al sujeto que la habita. Paseo mi mirada con detenimiento queriendo descubrir las novedades que ha dejado mi ausencia y descubro que son pocas: algunos libros y películas,  unos bafles y audífonos  nuevos, que según dice son para estudiar inglés; sonrío y pienso todas las ocasiones  que le he escuchado decir ese tipo de frases y eso me lleva a recordar que yo he afirmado lo mismo en varias ocasiones, sin que hoy pueda decir que he llevado a cabo mis planes.  Nos paceremos mucho, eso fue lo único que pude sacar en limpio en nuestra primera cita y desde entonces el tiempo me ha venido  dado la razón.

Hoy es viernes y  no sé porque razón regresé  a este lugar, sé que vengo a pedir un favor que trato de hacer parecer apremiante, cuando sólo  es una excusa. Él lo sabe, pero no me preocupa, lo que más me preocupa es convencerme a mí misma de que en efecto esa razón es tan trascendental como el cuidado de la naturaleza para el futuro de la humanidad. Sin embargo, ahora que he regresado a esa otra dimensión compuesta de pareces blancas llenas de trebejos y una ventana que es como un acertijo mágico que conduce a un paraje insospechado, que por ser  urbano, no deja de ser bello, he olvidado lo que pensé antes de entrar, ya no me preocupan las explicaciones. Por el contrario me he quedado observándolo, está muy sorprendido por mi visita, pero parece agradarle. Dice que tiene tiempo de sobra y que le gustaría tomar algo, entonces saco algo de mis ahorros y él de los suyos y compramos un vino en la licorera más cercana.

Cuando regresamos a la habitación buscamos la única copa que hay, está un poco sucia pero no importa,  en esa sirvo para los dos; entre tanto él ha buscado su pipa y se dispone a echarle un poco de yerba marchita y fragmentada,  luego la enciende y empieza a fumar. Su olor característico empieza a inundar la habitación, para amortiguarlo enciendo un palito de incienso de esos  nunca le faltan, porque sino los vecinos se empiezan a quejar. Es la famosa maracachafa, más medicinal que las recetas de mi abuela, pero está prohibida y lo prohibido siempre será lo más codiciado. Hace ya muchos años que adquirió la costumbre de fumarla, desde entonces ha sido su aliada secreta para soportar la laxitud de la vida y las largas noches en la soledad de sus estudios. Dice que está fumando menos porque cuando viaje será difícil conseguirla o tal vez se consiga pero a un precio muy elevado y allá no va tener mucha plata.

No puedo decir que el Cáñamo índico me moleste, he tenido varios amigos que lo consumen y eso no ha sido para mí un problema; sin embargo las veces en que me han ofrecido he rehusado, con el pretexto de que no quiero crearme más dependencias, pues ya tengo bastantes. Antes ese argumento era suficiente para convencerme a mí misma de que no valía la pena  probarla, pero la seguridad es esa premisa ha ido cediendo y  de modo intempestivo le digo a Thomas que yo quiero un poco; el dice que sólo me deja aspirarla una vez porque de lo contrario me haría sentir sueño y mareo, que debo aprenderla a manejar. Yo pienso que no me interesa aprenderla a manejar porque no es el hábito de consumo lo que me interesa, sino probarla, sólo eso y nada más. 

Entonces la pruebo una vez y no siento nada, solo una leve sensación de relajación.  Pienso que debo volver a fumar un poco más pero Thomas me mira intensamente a los ojos y me dice que más tarde, que me puede hacer daño, yo pienso que está exagerando, pero me alegra pensar que haya sido él y no otra persona quien me haya iniciado en esto. Creo que de haber sido alguien distinto me había dado un porro competo y en estos momentos debía estar un poco loca y psicodélica, o tal vez me quedara dormida y nada más. Creo que por eso no me da más, sabe que soy muy soñolienta y que unas copas de vino son suficientes para tener un sueño perpetuo y creo que esa no es la idea.

Estoy feliz de estar con él y siento que esta nueva experiencia nos une un poco más, es una especie de complicidad que sin palabras une muestras miradas. El vino está a punto de acabarse y el tiempo parece mofarse de mí y acelerar su paso, debo estar en mi casa antes del amanecer y la verdad preferiría quedarme. Pero nada que hacer, fumo un poco más, muy poco en realidad y hablamos un rato, mientras él se queda mirándome y tratando de descubrir mis reacciones, pero no son muchas, es mayor el efecto del vino y la felicidad que me produce su compañía. Son las 4 de la mañana y debo irme pues debo llegar entes de que salga el sol, esa es la consigna;  él me acompaña hasta el taxi y mientras caminamos acordamos vernos nuevamente, yo me siento muy feliz pero no es por en efecto de la maracachafa, es por él y por mí, por la sensación de retorno y reconciliación que deja en mí su despedida.


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