ENTRE EL OLVIDO Y EL RECUERDO
El 27 de septiembre de 1998 el señor Octavio se levantó más temprano de lo acostumbrado. Los gallos habían comenzado a cantar a eso de la media noche y lo había despertado, desde entonces una sensación de fatalismo lo llenaba de intranquilidad; no era normal que los gallos cantaran a esas horas, un mal augurio se avecinaba, pensaba don Octavio. Desde entonces le fue imposible conciliar el sueño y cansado de dar vueltas en la cama decidió levantarse y organizar la mercancía que había llegado el día anterior. El pedido había sido entregado tarde, cuando ya estaba oscureciendo y no le había dado tiempo de ubicarlo en los mostradores del depósito; además José su empleado ya tenía que irse y no le pudo ayudar. En otra época él habría organizado toda la mercancía en menos de nada y sin reclamar la ayuda de nadie, pero hora la vejez había empezado a mostrar su rigor, se sentía cansado de tanto trabajar para dejar un capital a unos hijos que tal vez derrocharían el esfuerzo de toda una vida en menos de un año.
Sin embargo mientras organiza las cosas más livianas y se distraía leyendo las etiquetas de los productos, no había conseguido tranquilizarse; pues aunque físicamente se sentía muy bien, lo había invadido una sensación de pesadumbre en su semblante, sentía que su vida y la del pueblo en general estaban expuestas a un peligro que él no lograba definir con claridad. Cuando ya estaba amaneciendo le comentó a su esposa Rosana lo que estaba pasándole, pero ella no le restó importancia. Hoy la señora Rosana recuerda sus palabras y lamenta no haber reparado en ellas un poco. El día transcurrió con normalidad, las ventas en la mañana estuvieron muy buenas y en la tarde estuvo más bien solo como siempre, recuerda la señora Rosana. Pero al final de la tarde las infundadas premoniciones de este comerciante hallarían su respectiva justificación.
Doña Rosana recuerda que ya pasadas las cuatro de la tarde, cuando se empezaron a escuchar unos estruendos aturdidores que no dieron tregua en el resto del día, al principio era difícil comprender lo que estaba pasando, pero al final advirtieron que se trataba de una incursión armada. Al respecto la señora Rosana recuerda: Hacía algunos meses que se había escuchado el cuento que según algunos comentarios del curita Andrés, el pueblo estaba amenazado, decían que iba ser hostigado por un grupo al margen de la ley, incluso hubo quienes se atrevieron a dar fecha, la gente tomó algunas precauciones, la gente salían poco, por eso hasta se bajaron las ventas en horas de la tarde, la gente dejaba para hacer las diligencias en horas de la mañana. Pero como no pasó nada todos terminamos por bajar la guardia, hasta yo consideré infundados los miedos de Octavio. Para cuando sucedieron los hechos ya nadie se acordaba de la supuesta amenaza, hasta los encargados de preservar la seguridad se había desentendido de sus funciones, según los comentarios de quienes vivieron esta tragedia, así lo afirma Misael: ellos estaban haciendo visita a sus novias y amigos, la mayoría estaba desentendidos de sus cargos, sólo los encargados de prestar guardia estaban, por así decirlo, a la espera, además habían muy pocos hombres, demasiado pocos y muy mal armados, ni siquiera el comandante estaba en la pueblo.
Ese día Guaca, un pequeño y desconocido pueblo de Santander, empezó a sufrir los desastres de la guerra. Sus habitantes se resguardaron lo mejor posible en el interior de sus casas, los niños llenos de pánico de metían en los últimos rincones de la casa. Jakeline recuerda: mis hijos se metieron debajo de la cama temblorosos, yo trataba de calmarlos, pero ellos nunca había vivido algo así, el ruido era enorme uno pensaba que se iba a caer todo el pueblo. El olor a pólvora invadía el ambiente, hasta hacerse insoportable. Y como era de esperarse algunas viviendas fueron el blanco de estos ataques. Por eso hoy Doña Rosana no puede dejar de hallarle la razón a su esposo, su casa fue una de las más afectadas, estaba ubicada junto al puesto de policía; allí perdió la vida don Octavio, de este modo sus miedos se había hecho realidad, ya que cuando sintió las primera descargas pudo explicar en su interior la zozobra que lo había invadido en la madrugada, así como el cantar de los gallos a deshoras. Su esposa Rosana también quedó gravemente herida: hubo una fuerte descarga que derribó casi toda la casa, yo no supe a donde fue a parar Octavio, yo por mi parte no sentía las piernas, me habían quedado atrapadas bajo los escombros, después quedé inconsciente y no supe nada, cuando desperté estaba en el hospital y nadie me quería dar razón de Octavio.
Los habitantes de las veredas aledañas recuerdan que ese fin de semana, para el día de mercado, presenciaron en silencio las ruinas del pueblo, las casas del parque habían quedado totalmente destruidas, en las calles no había casi nadie, la gente continuaba encerrada en sus casas. Del negocio de Don Octavio no quedaba nada, su casa estaba totalmente derrumbada y su familia había decido trasladarse a vivir en ciudad, allí tendrían una vida más tranquila y no tan llena de recuerdos tristes, dice doña Rosana. Aquí nada me recuerda esa tragedia, aunque extraño mucho a mi esposo, que en paz descanse— afirma doña Rosana, quien desde se día está en silla de ruedas. Esas son cosas que pasan a diario en nuestro país, yo sólo espero que mi Dios haga justicia algún día--Concluye esta mujer, quien es una sobreviviente más de la guerra.
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